asignatura "problemas psicosociales en chile", universidad alberto hurtado

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jueves, 25 de septiembre de 2008

Drogas y Alcohol

Etimología del consumo.

Yo he consumido drogas, autos, comida, ropa. He consumido mi vida, la de otros, inclusive la posibilidad de una vida fuera de los limites de la materia. De todo ello resulta que la sola idea de mencionar el consumo de drogas no puede ser más relevante que otras formas del consumo, como de hecho su mal notada impronta en el léxico castrense y mediático hace notar. Determinar exactamente cual es la palabra que posibilita una inflexión del sustantivo en términos positivos o negativos necesariamente nos encaminará a la organización del entendido cultural de droga en la sociedad moderna y, si se quiere, si algunos lo creen como un relato, en la post-modernidad. Los invito a una breve reconstrucción del lenguaje al cual estamos acostumbrados, a desnaturalizarlo por medio de la mejor herramienta que poseemos, la duda.

La primera y más obvia duda surge cuando una ignota frase se levanta en aras de desenmascarar el principal agente motivacional de la sociedad de consumo. “El consumo me consume” dicho por Muliane nos presenta la idea anclable en la dinámica psicoanalítica de la voracidad, que, en Klein, asociada la envidia, son los primeros motores del duelo a raíz de la perdida del objeto amado por el propio arrebato, por las mociones pulsionales descargadas agresivamente frente al objeto que nos sustenta y a la vez nos hace dependientes, en la toma de conciencia, por lo demás frustrante, de que yo no puede franquear la barrera del otro. Consumir inspira ese aire decadente y melancólico al que nos referimos, en la medida en que tomamos conciencia que en cuyo periplo inagotable, en la forma de un objeto al cual queremos llegar para experimentar el goce, no alcanzamos más que la cruda realidad en la forma de una angustia frente a la esclavizante idea de que no, o al menos por medio de los objetos que consumimos, no podremos llegar a ese estado deseado, a ese significante originario, Das Ding, según Lacan, anclado en el núcleo más profundo de lo real. Consumir es un acto de sempiterno de frustración ahí donde la promesa de lo real se abre inquietante ante el espectador ¿Qué se necesita para que creamos una y otra vez en esa promesa absurda de lo real por medio del consumo? En este punto es donde entra la droga, en su acepción más diplomática, como un bálsamo que permite digerir con meridiana facilidad la frustración, como liquido que recubre los contornos del yo de modo que lo hace inmune al gesto samaritano de la realidad.

El consumo como una actitud volitiva de corte agresivo-voraz en si misma representa la mayor de las acciones permitidas de la pulsión de muerte, el mejor caso de sublimación de las pulsiones agresivas jamás documentados. Es en este punto donde la paradoja de devorar el bálsamo que permite esta acción impone un freno para ser detenidamente observado… el consumo de droga es la expresión más fuerte y aparatosa del hombre para referirse al consumo progresivo de sí mismo. Algo parecido a tragarse la frustración a través de su propia cura.






El errante.

Un enano atado a tu espalda mientras caminas un sendero, pensando que va en una dirección, que expresa un thelos, y que, sin embargo, no es otra cosa que el eterno retorno como la pesadez que representa la idea más enigmática del pensamiento. Para Nietzsche (2002) lo enigmático radica no en la idea en si sino en el gesto que provoca la posibilidad de su creación. Un estado de epifanía que acompaña al filósofo errante mientras, sumergido en sus pensamientos, exhala la idea más curiosa de todas, una que no importa en cuanto a su validez empírica y que pese a ser refutable inspira. Al igual que esa idea, la presencia de un estado creativo interno a partir de la ingesta de determinadas sustancias en contraposición a la experimentación vía el uso creativo de la razón pone sobre relieve el carácter coercitivo de nuestro sistema de pensamiento occidental frente a diversas expresiones de epifanía. La epifanía en las artes, en la ciencia, en la literatura y la religión, como totems erigidos por la cultura, representan los máximos ideales del pensamiento ilustrados en la medida en que permiten un acceso a un estado de conciencia mediante el exclusivo uso de la razón, un aparecer del fenómeno en la conciencia que desnudo abarca el da-sein.

Observemos el otro caso, el errante, esta vez un joven, quien por motivos considerablemente menos altruistas consume salvia divinorum (un pariente cercano de la menta, empleado por los mazatecas en México para sus ritos de iniciación a la abultes, que, si bien, produce efectos psicoactivos a través de la distorsión sensorial, no altera la conciencia y no posee compuestos químicos asociables al estado que produce) y en dicho momento experimenta una cierta epifanía. Está documentado por sus consumidores que esta droga causa un efecto similar a la posibilidad de desenmascarar el mundo en la forma de la presentación de sus significantes como formas puras, cuyos patrones escapan a la corriente percepción que tenemos del mundo. Es así como el mero acto de ver un muro puede convertirse en la atracción principal al ser este una fragmente de algo así como un calidoscopio de formas aleatoreamente dispuestas. El errante indudablemente, pues mantiene conciencia absoluta de lo que está viviendo, puede acceder a través de este puente (la droga) al mismo sentimiento que nuestro querido filosofo al contemplar en una roca la premisa del eterno retorno.

¿Qué es, acaso, más importante que el producto? Se le ha descrito por muchos errantes y se define como la paráfrasis del “do” el camino, el proceso el trabajo. Ciertamente los ilustrados observan con desden y por qué no nosotros occidentales, en nuestra herida narcisística aun abierta, la precedencia de elementos de la naturaleza que ayudan al hombre en su proceso de conocimiento. Pero, muy pocos, los menos complacientes se ha cuestionado la posibilidad de hacer una taxonomía, como la ley de sustancias permitidas en Chile lo demuestra con total ambigüedad, que resuelva el por qué implícito en la denominación de determinadas herramientas culturales como ilegales. ¿Cuál es el argumento que avala la postura de que la salvia, aun legal, no lo sea futuramente? ¿Acaso, el simple hecho de que representa la posibilidad de interpelar el mundo con los ojos que la moral occidental, tan criticada por nuestro filosofo, nos enseñó a negar desde pequeños? Y si es así ¿por qué, como una canción del grupo de rock Tool, si es que tanto despreciamos las drogas como cultura occidental, no corremos a nuestras casas, tomamos todos nuestros casettes, nuestros Cds y los quemamos? Básicamente la música es una de las más potentes drogas, la máxima expresión de esta capacidad cultural de restarle limites a la conciencia escamoteadora que ofrece nuestra cultura occidental.

Pd: si no esta de acuerdo propongase descargar un programa gratuitamente en Internet llamado I DOSE que a través de sonidos pretende emular los efectos de diversas drogas… solo que la administración de la droga es vía auditiva y sin las complicaciones de que hacen de este tema un problema psicosocial.

Referencias:

Freud, S. (1929) El Malestar en la cultura En: Freud. S. (1982) Obras Completas. Vol. 21. Buenos Aires, Argentina: Amorrortu.

Lacan, J., (1988) El seminario – Libro 7. La ética del psicoanálisis. Bs. Aires: Paidos.

Marcuse, H. (1968). El Hombre unidimensional. Mexico, D.F.

Nietzsche, F. (2002), Así Habló Zaratustra. Madrid: Alianza.

1 comentario:

Pablo A. Ugarte Insinilla dijo...

Excelente forma de plantear el tema de las dogas. Se agradecen los relatos con palabras que salen de los lugares comunes y frases de la misma calaña. Una forma distinta de ver lo que a priori resulta algo condenable y negativo.
Sugerencias: APAs en el texto y no sólo al final de éste.
Plantearse contraargumentos (¿qué ocurre cuando esa epifanía destruye al hombre, su familia, su mujer, sus hijos, el trabajo que le gusta, los libros que leía, la música que escuchaba?).
Inisisto que esta primera aproximación es muy interesante al tema de las drogas.